En un cazo, calienta la leche a unos 45°C (tibia, no hirviendo). Si no tienes un termómetro, prueba introduciendo un dedo limpio: la leche debe estar caliente pero soportable al tacto.
En un bol grande, coloca el yogur natural y añade poco a poco la leche caliente, removiendo con una cuchara o varillas hasta que quede una mezcla homogénea.
Tapa el bol con papel film o con una tapa hermética. Introduce el bol en el horno apagado y tibio, dejando que fermente durante 12 horas sin moverlo.
Después de la fermentación, el yogur tendrá una textura semiespesa. Reparte en tarros de cristal y guárdalos en la nevera por al menos 4 horas, donde terminarán de espesar.
Cuanto más tiempo fermente, más espeso y menos ácido será el yogur. Para un yogur aún más cremoso, usa leche entera o añade 2 cucharadas de leche en polvo a la mezcla. Si lo prefieres más dulce, añade miel, azúcar o edulcorantes después de la fermentación.
Puedes saborizarlo con vainilla, canela o ralladura de limón antes de la fermentación. Añade frutas frescas o frutos secos antes de servir para una merienda saludable. Recuerda guardar un vasito de tu yogur casero y podrás usarlo como fermento para la siguiente tanda.